sábado, 26 de marzo de 2016

Mitos e historias de Misiones

En las playas de San Ignacio se sumó Laura. El retraso en nuestra navegación había hecho que debiera festejar sola su cumpleaños en ese lugar, pero se sentía contenta de vernos llegar bien después de las peripecias de la navegación.   
El balneario de San Ignacio estaba desierto. Todos nos sentamos a la mesa a recuperar energía con empanadas de pescado de río y a brindar nuestra buena estrella con cerveza negra.
En la oscuridad van desapareciendo, en palabras de Quiroga “(...) estos cerros de Teyucuaré, tronchados a pico sobre el río en enormes cantiles de asperón rosado, por los que se descuelgan las lianas del bosque, entran profundamente en el Paraná formando hacia San Ignacio una honda ensenada (...)  desde el cabo final, y contra la costa misma, el agua remansa lamiendo lentamente el Teyucuaré hasta el fondo del golfo...”

Así se ve desde nuestro lugar. En San Ignacio el río toma un aspecto lacustre e inabarcable, eso sí: es un aspecto es muy diferente a las épocas en las que Horacio Quiroga andaba por aquí.  
Cuando en 1992 se inauguró la represa de Yacyretá -erigida unos 120 kilómetros aguas abajo- el río comenzó a crecer y el agua sepultó decenas de islas y se devoró 2.300 hectáreas de costas. A lo largo del río y a medida que nos acercábamos a San Ignacio, podíamos ver miles y miles de esqueletos de árboles surgiendo del agua como testimonio de este fenómeno de inundación. Yacyretá ha sido un desastre ambiental y social sin precedentes.
Pero ahora el Río Paraná se muestra como un enorme y calmo mar donde es sublime ese último estertor vespertino, que con luz anaranjada se cuela por el horizonte y repta los peñones como una lagartija luminosa que se refleja en el agua.
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Se anunciaba por si sola una noche fría que esperaríamos guarecidos en un quincho perteneciente a la Prefectura. Ya habíamos trasladado los kayaks a lugar seguro y colgado la ropa mojada. Adentro extendimos nuestras bolsas de dormir, cargamos nuestros equipos (cámaras, celulares y radios) y nos recostamos mientras hacíamos un repaso anecdótico de la navegación.
Yo seguía sentiéndome algo incómodo. Mi mente pergeñaba la forma de conseguir apoyo logístico en Candelaria para acarrear los botes hacia Corrientes y el asunto me estaba obsesionando.

Mitos e historias de Misiones


Diario El Territorio, Misiones

Es de público conocimiento que varios criminales de guerra nazi pudieron refugiarse en América Latina. Y también que de ese grupo un puñado lo hicieron en la Argentina. Erich Priebke, responsable de la masacre de 335 ciudadanos italianos (la masacre de las Fosas Ardeatinas) vivía plácidamente en Bariloche hasta que fue deportado a Roma, donde murió. Adolf Eichmann (responsable de la logística de prisioneros judíos a Auschwitz) fue secuestrado en 1960 por la Mossad isrealí en una barriada de San Fernando al bajarse del -para nosotros popular- colectivo de la línea 203. Aquello que se denominó la "Operación Garibaldi" terminó en el traslado clandestino de Eichmann a Israel, donde fue enjuiciado y ejecutado.

Ahora bien. El imaginario popular ha llevado a excesos, como aseverar que Hitler vivió en Córdoba e incluso que habría llegado a la Argentina a bordo de uno de los míticos submarinos alemanes "U".

En este contexto, que mezcla la historia concreta con la fantasía y el temor, es llamativo el recorrido que tuvo la historia que asegura que Martin Bormann -uno de los lugartenientes de Adolf Hitler- vivió aquí mismo, en San Ignacio. 

En la parte alta del cañadón del Teyú Cuaré existe una misteriosa casa de piedra abandonada que es conocida popularmente como “la casa de Bormann”, donde según los lugareños, este líder nazi vivía como un ermitaño. Un vecino de San Ignacio decía que Bormann hacía compras en pueblo y pagaba con monedas de oro, solo para citar un ejemplo de las aristas de la leyenda. 

Pero –siempre hay un pero- los ex guardias del führerbunker de Berlin, sostienen que Bormann abordó un vehículo blindado después del suicidio de Hitler, y que al momento de la huida fue alcanzado por un misil soviético muriendo en el acto. Otros dicen que Bormann fue capturado poco después, pero lo cierto es que recientemente se ha sabido que sus restos fueron identificados en Alemania.  

La historia de “la casa de Bormann” alcanzó repercusión internacional hace algún tiempo, aún a sabiendas de que la misma no tenía ningún viso de realidad.

Sí es cierto que en Puerto Caraguatay (lugar por el cual ya pasó nuestra expedición) vivió los dos primeros años de su vida Ernesto Guevara Lynch, luego el Che. Su padre, Ernesto Guevara, se había afincado en la zona para producir yerba mate. Y décadas después, él realizó una interesante descripción de la realidad misionera de esos primeras décadas del siglo XX en un libro titulado "Mi hijo el Che". 

No obstante el personaje que se lleva las palmas en cuanto a repercusión histórica en este sitio es sin dudas Horacio Quiroga, escritor uruguayo que tal vez sea el cuentista de habla hispana más grande de todos los tiempos.

La literatura de Quiroga ha sido mi perdición, un poco también por ese morbo que genera el paralelo entre la impronta desgarradora de sus cuentos y la tragedia que recorrió su vida. Lo cierto es que Quiroga encontró aquí, en San Ignacio, en su casa de la alta barranca, inspiración en el paisaje y rica materia prima para poder narrar y contar un mundo que mixturó la naturaleza en su máxima expresión con un acervo humano tan pintoresco como primitivo, tan querible como brutal.

 






          

Me sorprendió mucho saber que Quiroga era un tipo complicado: un argel de mierda”, en términos de algún poblador que se despachó así ante la pregunta de un periodista de Revista Sudestada. Pero Rodolfo Walsh lo plasmó con detalle en su texto El país de Horacio Quiroga:

En San Ignacio Quiroga es ignorado, menospreciado e incluso a veces, detestado 

Lo cierto es que Quiroga combinó sus virtuosas cualidades -espíritu emprendedor y su incombustible talento de escritor- con los serios baches de carácter y su turbulenta personalidad. Pero es harina que ya no entrará en este costal. 


Sobre Juancito de la Isla
Físicamente nunca volví a Isla Pindoí, pero varias veces con mi pensamiento lo hice para regocijarme por los buenos ratos que había vivido allí con mis compañeros y con Juancito de la Isla. 
Recuerdo que Juancito, entre sus largos monólogos, me había hecho alguna referencia a su linaje y a lo conflictivo de éste. Pero no acierto a acordarme con cuáles palabras. Sí que había dicho algo así como “soy de los Perchak de Pozo Azul”, como sí hubiese algo que debiera saber.  La anécdota se me oxidó en todo este tiempo pero escarbando en la memoria la rescaté del olvido y me puse a investigar.
Juancito no era el personaje naif que yo me figuré tontamente...  El era –casi con seguridad- hermano menor de Pedro Orestes Peczak (así es el apellido, y no el que creí entender).  Pedro, alias Simón, fue Secretario del Movimiento Agrario Misionero (MAM) y candidato a gobernador por el Partido Peronista Auténtico (PPA) en las elecciones de Misiones de 1975.



“Era un líder indiscutido de los productores, de los colonos, con una lealtad y una fuerza impresionante y un carisma muy particular que le daba una facilidad enorme para comunicarse con la gente (...) Fue una lástima que Pedro Peczak no aceptara irse a Brasil cuando le propusieron; él prefirió quedarse junto a su gente. Fue una gran persona y por sus ideales entregó su vida. (...) Pedro fue secuestrado el 23 de noviembre de 1977 en Panambí, localidad limítrofe con Brasil y luego asesinado por la dictadura militar (el 17 de diciembre del mismo año) en Oberá” [1]

Ahora entendí el significado de “los Peczak de Pozo Azul”. Ahora entendía cuán lejos había llegado el desastre que asoló a la Argentina en los 70. Había alcanzado a los lideres campesinos misioneros, metiéndose por las picadas de esos perdidos parajes el puño del Estado, brutal, injusto y asesino, sea por la causa que fuere, haya sido o no una de estas el ánimos de revolución y liberación. Puedo decirlo con cierto énfasis porque sé de primera mano, de estar allí, que las familias de la colonia de Misiones siguen azotadas por la desigualdad y por la explotación, ejercida por las grandes corporaciones y empresas, y avalada por la complicidad política y sindical.
Hoy quien recorre la colonia misionera sabe que todavía el yugo de la injusticia y la explotación del hombre por el hombre sigue tan vigente como en la época de los mensúes perseguidos por los kapangas. Los que antes fomentaban la opresión se aggiornaron y siguen defendiendo su opulencia, y casi todos los que dicen honrar las luchas de resistencia hoy han pactado una nueva sumisión.
“Un día tuvimos que ir a pedir una autorización por escrito ante la Gendarmería de Oberá, para poder viajar en colectivo, ya que con tantos controles que realizaban las fuerzas conjuntas en todas las rutas, era muy peligroso portar el apellido Peczak...[2]



[1] BASCHETTI, Roberto. Militantes del peronismo revolucionario uno por uno. 
www.robertobaschetti.com/biografia/p/64.html
[2] BAJURA, Mirta. ¿Qué les hizo él a ustedes, para que lo mataran? En Misiones, Historias con nombres propios III. Amelia Rosa Baez, compiladora, Subsecretaría de Derechos Humanos de Misiones, año 2011. Pp. 163/166


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