Conversé el tema con Laura,
mi novia, que lo conversó con Irma, su madre, que lo conversó con Nora, su
amiga, que lo conversó con Carolina, la maestra, y con esta última pactamos
encontrarnos en el lobby del Hotel BAUEN, de la Ciudad de Buenos Ares, una fría
mañana de invierno.
Carolina Libutzki es la
maestra a cargo del Aula Satélite Nº 2 del Paraje Nueva Libertad, una zona
rural ubicada en los bordes del lago Urugua-í, en el lejano norte de la
Provincia de Misiones. A ella habíamos llegado por intermediación de Nora,
vecina del paraje y cocinera de la escuela.
De esa pequeña pero
pintoresca escuela me habían llegado algunas fotos al azar, con los chicos
formados junto a la bandera. No es difícil imaginar sus inocentes caritas, y
sus inmaculados guardapolvos. Ahora bien, detrás de las fotos estaba el
problema de la escasez de comida. Como en muchos lugares del país, los niños
van a la escuela a formarse, pero también a completar su alimentación. Esos
chicos provenientes de las chacras del Paraje Nueva Libertad, trabajan en la
huerta con sus padres y tienen acceso al zapallo, al maíz, el melón, la
cebolla, la mandioca, la sandía, el ananá. Con menor frecuencia a la carne de
cerdo y vaca. Y con todo eso, en Misiones, son afortunados. Pero el problema
concreto del aula era el merendero, que necesitaba de harina, azúcar, leche en
polvo y membrillo.
Ahora, volvamos al encuentro
con Carolina.
No recuerdo con exactitud la
fecha, pero lo que sí recuerdo era que dar con ella había empezado a parecerse
al encuentro entre espías de la Segunda Guerra Mundial. En el hotel estaban
alojados maestros de todos los puntos del país, invitados a unas jornadas-no-se-qué
del Ministerio de Educación. Por esa razón la maestra misionera estaba en
Buenos Aires.
Esperamos en el atestado hall
Laura, Irma y yo, que pensaba lo mal que me ponen las aglomeraciones de gente
cuando desde un pasillo, con cara de preocupación, vi salir a Carolina, a quien
conocía por foto. Le hicimos una seña. Se acercó, pero era evidente de que
efectivamente estaba preocupada por algo y en el medio de esa preocupación nos
aclaró que tenía “cinco minutos” para conversar con nosotros. Irma, con su
conocimiento y su actitud campechana, me dijo: “Tranquilo. Tené paciencia, los
de Misiones somos así”.
La charla con Carolina duró
unos cuarenta minutos y fue de lo más amena. Lo que habíamos ido a buscar había
tenido su respuesta: la maestra quería de nuestra colaboración.
Manos a la obra.
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