domingo, 13 de marzo de 2016

Encuentro secreto en el B.A.U.E.N.

Conversé el tema con Laura, mi novia, que lo conversó con Irma, su madre, que lo conversó con Nora, su amiga, que lo conversó con Carolina, la maestra, y con esta última pactamos encontrarnos en el lobby del Hotel BAUEN, de la Ciudad de Buenos Ares, una fría mañana de invierno. 
Carolina Libutzki es la maestra a cargo del Aula Satélite Nº 2 del Paraje Nueva Libertad, una zona rural ubicada en los bordes del lago Urugua-í, en el lejano norte de la Provincia de Misiones. A ella habíamos llegado por intermediación de Nora, vecina del paraje y cocinera de la escuela.

De esa pequeña pero pintoresca escuela me habían llegado algunas fotos al azar, con los chicos formados junto a la bandera. No es difícil imaginar sus inocentes caritas, y sus inmaculados guardapolvos. Ahora bien, detrás de las fotos estaba el problema de la escasez de comida. Como en muchos lugares del país, los niños van a la escuela a formarse, pero también a completar su alimentación. Esos chicos provenientes de las chacras del Paraje Nueva Libertad, trabajan en la huerta con sus padres y tienen acceso al zapallo, al maíz, el melón, la cebolla, la mandioca, la sandía, el ananá. Con menor frecuencia a la carne de cerdo y vaca. Y con todo eso, en Misiones, son afortunados. Pero el problema concreto del aula era el merendero, que necesitaba de harina, azúcar, leche en polvo y membrillo. 
Ahora, volvamos al encuentro con Carolina.
No recuerdo con exactitud la fecha, pero lo que sí recuerdo era que dar con ella había empezado a parecerse al encuentro entre espías de la Segunda Guerra Mundial. En el hotel estaban alojados maestros de todos los puntos del país, invitados a unas jornadas-no-se-qué del Ministerio de Educación. Por esa razón la maestra misionera estaba en Buenos Aires.
Esperamos en el atestado hall Laura, Irma y yo, que pensaba lo mal que me ponen las aglomeraciones de gente cuando desde un pasillo, con cara de preocupación, vi salir a Carolina, a quien conocía por foto. Le hicimos una seña. Se acercó, pero era evidente de que efectivamente estaba preocupada por algo y en el medio de esa preocupación nos aclaró que tenía “cinco minutos” para conversar con nosotros. Irma, con su conocimiento y su actitud campechana, me dijo: “Tranquilo. Tené paciencia, los de Misiones somos así”.
La charla con Carolina duró unos cuarenta minutos y fue de lo más amena. Lo que habíamos ido a buscar había tenido su respuesta: la maestra quería de nuestra colaboración.

Manos a la obra. 

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