domingo, 13 de marzo de 2016

La "Operación Mitsubishi"

                                                                                                                                                   Foto: http://www.jacklondonsnark.com
“El Snark es un barco pequeño. Cuando calculé que un presupuesto de siete mil dólares sería más que suficiente, yo me consideré generoso y correcto. He construido casas y graneros, y sé de sobras que la mayoría de proyectos acaban costando más de lo que uno se imagina al principio. Yo creía dominar estos cálculos, mis cálculos, cuando estimé que el presupuesto para la construcción del Snark sería de siete mil dólares. Pues bien, me costó treinta mil. No, no acepto preguntas. Es la verdad. Yo firmé los cheques y yo tuve que ganar el dinero. Naturalmente, no hay explicación posible. Estará de acuerdo conmigo en que es algo inconcebible y monstruoso, lo sé, y ésta es la historia.[1]

Por entonces había decidido también salir a la búsqueda de un vehículo que nos permitiera afrontar la ardua tarea que se avecinaba: la búsqueda de la ayuda solidaria y su transporte al Litoral. Pero además, mecanizar nuestro flamante proyecto paralelo: la escuela de kayakismo que con Enrique habíamos bautizado Piraí Kayakismo.
Claudio Palacios, mecánico naval y fierrero compulsivo, tomó nota de las ideas provenientes de este neófito en las lides mecánicas y que además –como interesante dato de color- jamás había manejado. Dada la exigencia de las operaciones que se llevarían a cabo y lo acotado del presupuesto me indicó salir a la búsqueda de una "tanqueta": una pick-up preferentemente doble tracción, preferentemente de origen japonés, y por ende, un modelo no muy actual.
Comenzamos nuestro recorrido una helada mañana en Quilmes para finalmente, y no mucho tiempo después, terminar en los contrafuertes de José León Suárez –lugar duro si los hay- donde cerré trato con un astuto y parco almacenero que expendía mercadería frente a la cárcel de San Martín a los familiares de los presos. Próspero negocio.
El hijo de Juan (el vendedor) nos había conducido a Ciudadela, Partido de Tres de Febrero, a hacer el papelerío. Y en esa ocasión Claudio me dijo discretamente:
“Éste maneja como un salvaje...”
Cerrado el negocio el hijo de Juan se ofreció a sacar la camioneta del garage  y en la maniobra chocó el vehículo contra una columna. Así comenzó la particular historia de la Mitsubishi L200. 

Un alto en el camino, en General Alvear, Provincia de Corrientes. 

Parte Nº 1
Al Encargado en
Jefe del Departamento de Mecánica y Mantenimiento
de la Travesia Solidaria Iguazú  Tigre
Sr. Claudio Palacios – entregar en mano -
Estimado:
Por medio del presente remito a Ud. pormenorizado informe de nuestro vehículo a efectos de que tome los recaudos necesarios y arbitre medidas para implementar próximo Operativo de Rescate.
A la espera de  sus novedades, le saludo atentamente.
- El día 28/9/13 experimentamos un primer inconveniente de origen eléctrico a la altura de la localidad de Gualeguaychú, detectando que el regulador de voltaje alimentaba la batería a 18 voltios y no a 12, por lo que la batería tuvo una importante pérdida de ácido que fue subsanada con agua destilada. Probablemente la batería esté malograda.
- Siendo las 12 de la noche a la altura de la localidad de Puerto Piraí, Misiones, el motor comenzó a trabajar en 3 cilindros súbitamente. La consecuente pérdida de potencia y la rotura de un componente metálico dentro del motor nos obligó a detener la marcha en inmediaciones de Puerto Mado. A las 3 de la mañana fuimos auxiliados por un remolque proveniente de Eldorado quien nos acarreó 30 km hasta Colonia Wanda.
- WANDA. 29/9/2013. No obstante ser Ramón un nombre patrimonio del gremio de la albañilería, fuimos atendidos por un mecánico con dicho nombre, quien desarmando la tapa de cilindros nos puso al corriente que la pieza averiada era el eje de válvulas, que al estar soldado, no resistió el esfuerzo y se partió. Ramón procedió a una reparación provisoria del eje, haciendo la correspondiente soldadura con electrodo común, y advirtiéndonos de que ello podía durar “dos días o dos años”.
- WANDA, 1/10/2013. Luego de nuestra incursión a la escuela del Paraje Mboi Hovy, advertimos que la rueda delantera izquierda había tomado una peligrosa inclinación, siendo advertidos por otro mecánico que se encontraba averiada una rótula inferior y la parrilla de suspensión (superior – izquierda). Decidimos solicitar un remolque entre las localidades de Puerto Libertad e Iguazú para desde esta última cruzar la frontera y buscar asistencia mecánica en Ciudad del Este, Paraguay.
- CIUDAD DEL ESTE, PARAGUAY, 5/10/2013. Los dos servicios mecánicos a los que concurrimos en esta ciudad, procedieron al reemplazo de: rótulas inferiores (2), parrillas de suspensión superiores (2), rulemanes (2), guardapolvo de homocinética, rodillo y retén de maza derecho, y manchón.
- ELDORADO, 7 y 8/10/13. Retornando a Buenos Aires, a la altura de la localidad de Eldorado detectamos nuevamente que el motor perdía rendimiento, y decidimos abortar la misión. Siendo revisado el vehiculo en dicha localidad, se advirtió que la soldadura provisoría de “2 dias o 2 años” duraría no más que una semana, y que sería imperioso reemplazar el eje de válvulas. El vehiculo quedará en Misiones hasta nuevo aviso.   
                                                               Intentando reparar el vehículo en Capioví, Misiones. 

El domingo 29 de septiembre estábamos llegando a la localidad de Wanda, casi en la punta nordeste de nuestro país. Pero Enrique detuvo el vehículo con desperfectos mecánicos en la pronunciada cuesta de Puerto Mado. Era esa una noche fría y estrellada. Habíamos quedado a 30 km de nuestro destino, lo que a pesar de la complicación era una circunstancia afortunada. Entonces esperamos en absoluta soledad al auxilio mecánico, y al día siguiente ya podríamos estar trabajando.
 Aquel domingo descansamos y tomamos mate, y yo me dediqué a contemplar con desesperanza el motor de la camioneta, como asimismo a anotar mentalmente todas las conversaciones que teníamos respecto de él.
Dos días después pudimos visitar el Aula Satélite del Paraje Nueva Libertad, nuestro objetivo inicial, donde pudimos disfrutar la animada compañía de los chicos, totalmente contentos por nuestra visita. Y al día siguiente encaramos hacia el Paraje Mboi Hovy, también conocido como “Tirica”, alejado unos 25 km. del pueblo de Wanda. 
Llegamos allí después de 7 km. de camino de tierra y nos encontramos con el Aula Satélite Nº 1, una escuela rancho literalmente en el medio de la nada. Sólo la acompañaban pastizales, unas solitarias palmeras, y mucha tierra colorada desnuda. Nada más hay en ese lugar. Quedamos muy impactados.
A los pocos días hicimos base en Puerto Libertad, en “Regionales Irma”, la casa-negocio de Irma a la vera de la Ruta 12. Irma, madre de Laura, desde Buenos Aires, confiaba el cuidado de la finca a dos señoras practicantes adventistas: Bruni y la Polaca. El detalle de religiosas practicantes viene a cuento de que desde muy temprano en una habitación contigua a la nuestra, ambas leían la Biblia y oraban (en voz alta), lo que por lo general me obligaba a despertar temprano y visitar la cocina externa a calentar el agua para el desayuno.




[1] Arribada: Subida

“La experiencia de nuestra primera visita a las escuelitas rurales de Puerto Libertad, Misiones, ha sido muy, muy grata.  Nos hemos encontrado con chicos y familias llenos de afecto, y con maestros que valoraron nuestra pequeña empresa, y que junto a los alumnos nos devolvieron con creces.
Era jueves cuando fuimos por tercera vez al paraje Nueva Libertad, pero esta vez ya no a la escuela, sino a la chacra de Nora, la cocinera. Allí, bajo un tinglado, los tablones extendidos, la maestra Carolina y su marido Daniel, sus hijos chapoteando en el barro más allá, Nora y su marido cocinando y los alumnos de la escuela apiñados y listos para comer los choripanes que se hacían en las brasas quejosas de un tambor.
Mientras comíamos los choripanes, la tormenta se abatía furiosamente sobre el cobertizo. Los perritos misioneros flacuchos se debatían por las migas entre nuestras piernas, dos chanchitos iban y venían, los gansos se mojaban y se secaban, las gallinas guiaban a los polluelos hasta el umbral de la lluvia. Los nenes sacaban fotos con la cámara de Laura. Humo, lluvia y viento.
Nora nos alcanzó un plato de sopa de pollo con reviro y borí-borí, dos platos básicos de la dieta misionera.

Estaba cansado pero en el fondo satisfecho. No por lo hecho por nosotros, sino por sentir que vinimos al lugar correcto, y por sentir que esta Travesía Solidaria está bien que haya sido solidaria, porque abrimos una Caja de Pandora, con mayoría de cosas positivas y aleteos de mariposas que se sentirán en otros lugares, como dice el proverbio chino. 

Pero no nos resulta fácil todo esto. Visto desde afuera este es un proyecto pequeño, y de hecho lo es, pero para nosotros y nuestra limitaciones, es sinuoso y exigente. 
Ese jueves también, y casi como una metáfora, hasta nos costó irnos del Paraje Nueva Libertad. Bajo la lluvia y el particular barro misionero, nuestra camioneta derrapó en el barro y al limite del descontrol, con el tren delantero roto y una rueda torcida, se las ingenió para salir a la ruta. Pero pocos días después ya no dio para más y después de algunas otras peripecias dignas de contarse en otro momento tuvo que quedarse a esperarnos en Misiones. 
Hoy por hoy estamos entrando en la recta final de estos 60 días de proyecto y no nos dan los tiempos. Necesitamos un camión que transporte nuestros botes y las donaciones para fin de año, fondos, más ropa, más comida, más material didáctico, equipamiento para nosotros. Seguramente lo que nos falte lo compraremos nosotros, pero al día de hoy, si la Travesia fuera en este momento, no estaría a nuestro alcance. Por suerte y como dice el dicho, Dios aprieta pero no ahorca…” (Facebook, 11/10/2013)

La Triple Frontera

Ya habíamos hecho nuestra primera incursión el día anterior, a pie.
Ciudad del Este es algo comparable al Barrio del Once. Pero más voluptuoso y candente, -“como sus mujeres” diría una vedette paraguaya-, y sobre todo, peligrosamente desconocido. Ciudad del Este no es sino otro país en otro país. Y allí no hay turistas argentinos. Hay kurepas[1].
Habíamos llegado con Enrique en búsqueda de repuestos para la camioneta. Nos extendimos caminando más allá del núcleo comercial, atestado de edificios, de mareas de gente con fiebre ambulante, de ofertas gritadas en la oreja y de bocinazos como salpicados por el caos del tránsito.

                                                                          La camioneta, en cirugía mayor. 
Los repuestos mecánicos están “más allá”, donde la ciudad toma formas más amables, los barrios recuperan la normalidad, pero la inquietud de la ilegalidad sigue flotando e invadiéndolo todo. En cada comercio de neumáticos por caso, invariablemente un centinela armado con itaka custodia la entrada. En 100 metros es factible hallar a seis o siete centinelas y por ende, a sies o siete itakas.
En lo que hacía a nosotros, después del reconocimiento de campo, sabíamos que para el día siguiente nuestro tema estaría resuelto. 

Apostados nuevamente en Iguazú, al segundo día nos levantamos a las 4 de la mañana, para a las 5 estar partiendo. Con la camioneta averiada, deberíamos cruzar la frontera circulando a baja velocidad, atravesar Foz do Iguaçú y entrar a primera hora a Ciudad del Este. Todo aquello, sin saber que Paraguay tenía una hora menos que Argentina, por lo que llegamos a destino, en una fresca y límpida mañana, a las 5:00.
Todo lo que allí sucedió aquel día fue engorroso y se encuentra en los partes remitidos al Encargado en Jefe del Área Mecánica. Pero en lo que respecta a la vida del proyecto, sin dudas Ciudad del Este fue una bisagra para nosotros.

Dieta del mecánico paraguayo

El taller oficial Mitsubishi cerró ese sábado a las 13 horas, después de que el tren delantero fuera desarmado y reparado. Kike puso la camioneta en marcha y enfilamos hacia Argentina. Pero a los 1000 metros la camioneta volvió a descomponerse con ruidos estruendosos y sacudidas brutales. Quedamos a nuestra suerte a dos kilómetros de un Puente Internacional, con escaso dinero, y nuestro vehículo moribundo. Si no nos dábamos prisa en pocas horas nuestra intranquilidad en la Triple Frontera se convertiría en franca desesperación.
Kike se quedó a custodiar. Y yo sin saber para dónde inicié una maratón de algunos kilómetros a rayo del sol a la vera de la autopista. Buscando mecánico, corrí por barrios, calles ondulantes y baldíos lúgubres, y también por descampados con vacas siempre curiosas.  Ya llevaba una hora y sin dar con alguien que nos auxiliara decidí volver adonde Enrique y la camioneta, con la esperanza de que el inconveniente estuviera superado.
Me detuve en una pausa que fue fundamental y que me ayudó a darme cuenta que la ansiedad y el cansancio me habían empujado a la comodidad de un tipo de pensamiento mágico: creer que tal vez Enrique hubiera reparado la camioneta solo, o que alguien con mucho conocimiento se hubiera detenido para asistirlo, dos circunstancias posibles... pero poco posibles. Era evidente que la Mitsubishi tenía un serio problema, y que no se iba a reparar solo.
Di media vuelta y me propuse volver con ayuda sí o sí. Pregunté en algunas casas hasta que fui dirigido a un enorme pero antiguo taller, en medio de un barrio residencial. Era un verdadero cementerio de vehículos. Un muchacho, tal vez de mi misma edad o más joven incluso, manguereaba su camioneta con una mano y tomaba tereré con la otra. Me observó un buen rato y apiadándose de nuestra situación accedió a ir hasta el lugar, donde Enrique estaba apostado. Revisando brevemente la camioneta diagnosticó que estaba averiado el manchón del cardan.
Con toda ingenuidad pregunté si se podría conseguir el repuesto. Y lo cierto es que en Ciudad del Este con un llamado telefónico se puede conseguir un misil con ojiva nuclear y se hace entrega puerta a puerta.
                                 En el taller de César. Ciudad del Este, Paraguay.        

Así fue que, mientras tomábamos tereré en su taller, César Zárate puso en condiciones la camioneta y luego de un día de los más difíciles que había enfrentado este proyecto, abandonamos raudamente Paraguay y Brasil para volver a guarecernos en la agradable noche de Puerto Iguazú.
Mientras esperábamos ingresar a nuestro país haciendo un interminable fila en la carretera -por los absurdos controles aduaneros- comencé a ser presa del sueño y del fastidio. Me acordé de Jorge, el remisero de mi barrio, y una frase que me había dicho cierta vez.
“Ya lo dice el dicho, amigo: Motores y mujeres... dolores y placeres...”
Y esa tontería me hizo reír.






[1] En guaraní, “piel blanca”. Denominación despectiva con que somos identificados los argentinos. 

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