domingo, 17 de abril de 2016

Tras la huella de una vieja guerra


              
     Por la mañana me llama la atención ver a los oficiales del   destacamento reunidos en un gran quincho vidriado que mira hacia el río. Aparentemente -según supimos después- deliberan sobre estrategias para combatir a los paseros (personas que pasan contrabando).  Quién sabe. Tal vez hablan sobre cosas más mundanas referidas al propio funcionamiento de la base. 

                           A pocos metros del quincho -y a la orilla misma del río- hay un rejunte de autos y lanchas de alta gama abandonados. Fueron decomisados en distintos procedimientos y ahora descansan a la intemperie el sueño de los pasillos judiciales. 
           Desde que avistamos las costas de Corrientes estamos en realidad navegando por tramo del río que fue mudo testigo de la sangrienta Guerra de la Triple Alianza. Nos acercamos, con el correr de los días, a la desembocadura del Río Paraguay, que fuera la antesala de los más cruentos combates de esa guerra despiadada. 
             Paso de Patria, que originalmente se llamó  "Paso del Rey" (S. XVIII),  fue siempre por sus características geográficas sitio propicio para la comunicación con el Paraguay. Inicialmente para comerciar, y luego para hacer la guerra. Por aquí pasaron parte de las tropas paraguayas que invadieron Corrientes, y también pasó el ejército aliado hacia el Paraguay.       
           Voy recogiendo los mangos caídos de un enorme árbol mientras Milva prepara el mate. 
         Un estruendoso pitido nos hace saltar del piso. Y luego un grito marcial: 
           - ¡ I ... ZEN !         
          Tres prefectos izan la bandera en el mástil que tenemos a pocos metros rompiendo el silencio de la mañana y dando solemnidad al día. 


Misa del Ejército Argentino en Paso de la Patria, año 1866. Hacia la izquierda se observa al sacerdote y en el centro, los soldados arrodillados.

                           Al otro lado del río, detrás de los bancos de arena y las costas con vegetación, se encuentra la ciudad de paraguaya de Paso de Patria. En 1849 allí funcionó la Escuela de Medicina, probablemente la primera de Sudámerica. En ese sitio también se asentó 16 años más tarde parte del Ejército de Solano López con 12.000 hombres, que tuvieron que retroceder cuando comenzó el cruce de las tropas aliadas (hacia el denominado Estero Bellaco). 

             Lo poco que conozco sobre esta compleja guerra, en fotos que reviso y relatos desperdigados, son estremecedores: soldados de ropa raída y rostros aindiados, niños vestidos de soldados, miseria, cadáveres. 




Se piensa habitualmente en Paso de la Patria como la Capital del Dorado. Pero es interesante pensar que a partir de esta zona que navegamos desde hace cuatro días empieza un entramado de pueblos que protagonizó una guerra durísima que configuró geopolíticamente el cono sur. Estamos tras la huella de una vieja pero importatntísma guerra. 
En 1865 por ejemplo, la Ciudad de Itatí -desde donde venimos- fue invadida por orden Solano López en un intento de sorprender, desmoralizar y forzar negociaciones.

"(...) , dada la amenazante presencia de los vapores paraguayos el 17 de febrero, parecía probable que el mariscal López intentara dar un golpe contundente. Antes que arriesgarse a ser destruido, Suárez (general uruguayo) ordenó al Ejército de Vanguardia levantar carpas y entregar Itatí a los invasores, quienes desembarcaron sin oposición al final de la tarde. (...) Itatí estaba escasamente poblada y densamente arbolada en sus límites esteños. Díaz (coronel paraguayo) ordenó a sus hombres ir estancia por estancia, casa por casa, y confiscar meticulosamente todo lo que hubiere de valor. El botín fue de apenas ocho rifles, tres sables, unas cuantas vacas esqueléticas, algunas ovejas y unas pocas bolsas de arroz, harina y galleta. Los hombres procedieron a incendiar las casas del pueblo, despojaron al juzgado de sus archivos, papelería y artículos de escritorio y luego reabordaron los barcos y partieron de nuevo a Paso de la Patria (lado paraguayo) antes de la medianoche. Aunque detuvieron al cura del pueblo por unas horas, dejaron la iglesia y su virgen milagrosa indemnes. También dejaron atrás a un hombre, un soldado común del Regimiento 8, quien, cuando se le ordenó registrar un rancho, halló una damajuana de caña y bebió hasta perder el conocimiento. Cuando despertó al día siguiente, se encontró prisionero de los aliados"
Thomas Whigham (La Guerra de la Tripla Alianza, vol. II)

En 1866, en Bahia Punta Mitre, a menos de un kilómetro de donde estamos, Mitre dispuso astutamente la invasión del Paraguay.

Nosotros tomamos mate contemplando un río azul y bellísimo. En el agua de día y de noche, y en cualquier lugar, enormes manchas negras se desplazan. Son cardúmenes. Entre ellos, grandes predadores chasquean en el agua denunciando su cacería permanente; y en las orillas, miles, millones de diminutas mojarritas a lo largo de cientos de kilómetros dan la dimensión del festival de vida que allí se desarrolla.

       
Aquel primer día en Paso de la Patria conocimos las playas, atiborradas de gente. Sin embargo me siento más tranquilo en nuestro campamento del destacamento. Me gusta estar cerca de los botes y pensar en las nuevas etapas de la navegación.  

                     Cae la noche del 10 de enero. Reunidos en una mesa de La Posta del Volador, en Playa Pelicano, ocupamos una mesa redonda poblada de vasos de caipirinha. Viéndonos las caras, nuestra actitud, la raída camisa beige que Milva usa para navegar, bien podría ser la atmósfera de una historia lúgubre ambientada en el bar de un puerto o tugurio similar. 
                  Allí nos da charla el Colo Waisblatt, un piloto chaqueño que se dedica al turismo desde hace años. Es el dueño del bar y también hace bautismos de vuelo sobre el río y los bancos de arena del Paso a bordo de un particular gomón aladelta que está escondido en un hangar a pocos metros de allí. Llegamos a él por el contacto que Laura hizo con Edwin, un fotógrafo que se dedica a la fotografía aérea de naturaleza desde un paramotor[1].


- Los cardúmenes que ven no son bogas, son sábalos –nos cuenta-. Si van a los bancos de arena con los kayaks, verán los cardúmenes y cómo los dorados se meten entre ellos y de pronto los atacan. Así están todo el día.
En la amena charla, el Colo nos hace otro anuncio: "A primera hora de mañana entra un Sur, yo lo tendría en cuenta...” si van a navegar.
Luego salgo a caminar por la playa en penumbras, un poco bebido e irritado por frases y cosas que se dicen en la mesa. Esto forma parte de la convivencia, y a lo largo del viaje nos va a suceder a todos, pero cuando sucede, molesta. Mientras chapoteo en el agua de Playa Pelicano llamo a Buenos Aires simulando interesarme por mi seres queridos. En realidad busco que se interesen por mi.



La noche está cayendo definitivamente. Por el este amenaza una gran tormenta, pero no por el Sur, como dice Waisblatt.
Sin embargo los pronósticos del Colorado se cumplirán.




Seis de la mañana, hora de partir. Mi cabeza sale del vientre de mi carpa y contempla al mundo nuevamente. Y lo primero que observa un frente de tormenta que avanza a contrapelo del río arrastrando vientos y chubascos. 
Ante semejante espectáculo creo que no será necesaria demasiada deliberación, aviso a mis compañeros que pueden seguir durmiendo y decidimos cancelar la navegación. 
A la media, en el quincho del destacamento, contemplamos la borrasca, que dura una hora, y deja lluvia permanente hasta la tarde. 
Dedicamos el resto del día a tomar mate, jugar al truco, caminar por las callecitas arenosas y llenas de árboles prolíficos de semilla, fruta y flores.
Pero queremos seguir navegando. Mucha tierra aburre.
Hacia el atardecer recibimos un aviso de sol, y sabemos que pronto volveremos al agua. 






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