sábado, 7 de mayo de 2016

El Capitán Karlen


“Este buque es un paraíso para el capitán pero un infierno para la tripulación.
                                      Araucano I”
Las barrancas dominan el paso del lento río enceguecido de sol.
Desde las alturas no sólo se gana perspectiva, también todo parece suceder más despacio. Los convoys de barcazas despiden reflejos metálicos y avanzan como babosas que van venciendo en su pulseada al río. 

El Araucano, amarrado en las playas de Bella Vista

Abajo, el Araucano I, amarrado a un pontón, flota sobre un colchón de agua calma y clara. En la timonera alguien toma los binoculares y observa la lejanía del Paraná como queriendo llegar en un repaso a la costa santafecina. A pesar del día soleado algún chubasco anda errando en el cielo. Se nota por esa característica apariencia de telón gris plomizo. 
En la lejanía unos puntos negros se hacen visibles. El capitán espera. Cruje el piso del yate al acomodarse en la banqueta. Cuatro remeros… Son cuatro remeros que se atrevieron, así como si nada, a aparecer en el río.
En tanto, unos cien metros río arriba, en el edificio de Prefectura, se recibe la novedad por radio y el oficial de guardia consulta el requerimiento de amarre efectuado.
- Deciles que amarren al lado de golcharly, no hay problema... - Contestan desde un escritorio.
- Sí, Capi –modula el operador-. Puede fondear en el muelle, junto al guardacosta, ahí tiene buen calado...
Sin embargo, 40 minutos después desde los vidrios del destacamento los oficiales ven pasar cuatro kayakistas que se dirigen a la playa. Desde el Araucano, también.
Tras una prudente espera el capitán del Araucano desata una pequeña canoa y con breves paladas, atraca en la playa donde los cuatro remeros simplemente han quedado tumbados al sol más quietos que un lagarto.  Parlamenta con la joven mujer -la más dispuesta a conversar- mientras un muchacho rubio de barba desprolija y pelo batido observa la llamativa mano del hombre, que carece de algunas falanges. El capitán les ofrece amarrar sus botes junto al barco, y los invita a cenar en él.  Tras algunos titubeos, ellos aceptan.
A la noche los visitantes bajan por la planchada que conduce al pontón. Observan sus botes coloridos amarrados juntos y se nota que eso les confiere una particular felicidad. Deben querer mucho a esas pequeñas embarcaciones con las que estaban llevando a cabo su pequeña gran proeza.

El Capitán Karlen

Chita Karlen se luce fritando dorado

“Me pusieron Chita porque fue la primera palabra que dije cuando era bebé”, nos dice nuestro anfitrión mientras miro un álbum de fotos que me prestó para curiosear.  Me detengo en una foto donde se ve a Chita sentado a la mesa compartiendo un asado. El rostro de un comensal me resulta inconfundible.
- Perdón, ¿éste es Landriscina?
  - A ver... sí. – dice Chita – Vino hace unos años a filmar una publicidad de dulce de membrillo. Cuando llegó le ofrecieron ir a cenar a un hotel para estar tranquilo, o venir a comer un asado al aserradero que teníamos con mi hermano, para divertirse un rato. Y se nota que quiso divertirse un rato. 

Luis Landriscina, también recibido por Karlen

Voy tomando dimensión de la clase de personaje que nos ha cobijado en su barco.
·                 
Por alguna razón natural nuestra estadía en Bella Vista hizo que Enrique y yo, por nuestro lado, volviéramos a ser los compinches de siempre, mientras que Milva y Lisandro otro tanto por el suyo. Todos coincidíamos sin embargo, en la amarra del Capitán Alejandro Karlen. 
Canoso, locuaz, con un extraordinario parecido al “Gato” Dumas, vive y tripula -cada tanto- su viejo yatecito de 64 años –casi su misma edad- aunque éste hace más las veces de punto de encuentro de tertulias y banquetes, que de vehículo naval. Según él, el barco fue comprado en Tigre y traído río arriba 1000 kilómetros por él mismo. 

Los apóstoles
Estamos a pocos metros de la playa, en un pontón con piso de madera, y techo de lona. No es más que una especie de luminoso comedor abierto, donde el capitán hospeda a sus visitantes y los sienta a su mesa. El yate, que se encuentra amarrado al pontón, obra como habitación del capitán.
- De lunes a viernes vivo en el barco. Los fines de semana visito a mi esposa, que vive en la casa. – Nos va contando de su particular modus vivendi mientras en la parrilla se va haciendo un gran asado que espera al resto de los invitados.
- No... este chabón es un crack... – dice Lisandro en voz baja, ante la risa de Milva, Enrique y yo, que tomamos cerveza.
El ambiente es muy distendido. Miro al fondo del río por sobre la cruceta del Araucano y veo brillar en una densa oscuridad las balizas verdes y rojas del canal navegable y al otro lado -nuestro lado- la playa blanca totalmente desierta. Más arriba, en la barranca, hemos emplazado nuestro campamento en el camping municipal donde coincidimos por primera vez con mucha gente para apartarnos por dos noches de la solitaria singularidad de nuestra travesía. Y sin embargo ese cambio nos hacía bien.
- Karlen es apellido alemán – cuenta Chita -  Igual que Dommann, que era el apellido de mi abuelo materno. Mi abuelo fue soldado en la Segunda Guerra... Me acuerdo que guardaba una Luger [1] hermosa, llena de rayitas y de muescas que le había hecho al caño. 
Enrique, apasionado de las armas, y a veces tan ingenuo como yo, le preguntó para qué las muescas en el caño.
- Ah... para llevar la cuenta de las víctimas. Muchos eran judíos, dijo secamente. El silencio dejó lugar al sonido del asado crepitando. Lo miré a Lisandro, que estaba terminando su jarro de cerveza con pose inmutable.
- ¿Qué pensás, Silberstein? – Le dije queriendo meter leña al fuego bajo los efectos del alcohol. La comitiva alrededor de la mesa era numerosa y todas las miradas se posaron en Lisandro. El capitán, su hijo y amigos tomaban vino todavía a la espera del asado. Al fondo, el río se cerraba oscuro y silencioso y parecía que también estaba atento a la resolución del momento. Pero Lisandro bebió un trago más y con todo el aplomo, no queriendo darle entidad al tema, dijo:
- No soy judío. Pero si lo fuera, lo mismo da. Hablen de lo que quieran.
Y así fue sucediendo. Hablamos de todo, pero predominaron en la mesa el peronismo, la política en general, las anécdotas de río... y las mujeres.
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Curiosamente Bella Vista es el sitio que menos me ha inspirado a escribir. Y esto probablemente motivado en que en estos pagos poco he rumiado mis densos pensamientos, desplazados a un segundo plano por el descanso, los buenos momentos y la hospitalidad dispensada por Chita, que a medida que pasa el tiempo, confirma su carácter de consumado personaje de este pueblo.
Al mediodía siguiente volvemos al barco porque Chita nos invita a almorzar dorado frito. 
Mientras lo prepara en un sartén que tiene grasa, aceite y limón, la playa empieza a poblarse de gente y de mujeres hermosas. Enrique, mientras, se las arregla para pescar ocho bogas desde la toldilla del Araucano, que van a ser la cena de la noche. Disfrutamos de un día hermoso. 

Kike en plena faena
La tarde se va mientras tomamos mate en la cubierta del barco y llegan otros amigos de Chita, que vienen a comer y probar suerte con la pesca. Mientras seguimos tomando cerveza, y me pregunto cómo vamos a remar al día siguiente, escucho divertido al capitán, que dice a cada rato: “tengo pensado vivir acá hasta los 103 años, así que vengan cuando quieran, que yo voy a estar...”
Luego de la cena con Karlen, Milva y Lisandro van a dormir, y Enrique y yo nos quedamos bebiendo en un bar junto a la playa, casi hasta el amanecer. La arena de la playa está fresca,  y subimos la barranca para dormir dos o tres horas en la carpa.
·                    
En la mañana -otra vez radiante-  disponemos los kayaks para partir con sus narices dispuestas en el agua. Milva reparte turrones y botella de agua en los botes.
Trepo al barco para despedirme de Chita. Miro adentro del camarote y lo veo dormir profundamente pero tengo que despertarlo. Se alborota, se orienta en unos segundos, y luego de un enorme esfuerzo se levanta para darme un abrazo.
Luego nos saluda, se restrega la cara y nos vuelve a saludar, mientras alejamos río abajo. Pienso que en este viaje uno se encuentra con tan pocas personas y se separa tan rápido de ellas, que al final se pregunta si no fueron fantasmas.


Según el sitio web de Historia y Arqueología Marina “Histarmar”, en uno de sus listados[2]  figura el Araucano I como “yate de madera”, hundido en el Km. 27,6 del Río Luján, en el año 1987.




[1]
[2] “Naufragios en el Rio de la Plata - Area Norte del Gran Buenos Aires” http://www.histarmar.com.ar/Naufragios/Naufragios-Rio-de-la-Plata/BDGranBsAsNorte.htm

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