- Francoch... ¿Cómo andas con el roll?
Aquella pregunta - latiguillo que había adoptado Lisandro
(la palabra “roll” quedaba estirada en la última letra) provenía de un suceso
anterior al viaje. A Silberstein, a
quien molestábamos por el apellido (cada tanto yo le decía Silberstein
Stallone) le había hecho gracia la anécdota que cuento a continuación y cada
vez que veía la oportunidad, me hostigaba con eso.
Poco antes de iniciar esta aventura Kike y yo aún no
teníamos nuestras embarcaciones. Durante meses yo me había mantenido firme en
mi decisión de navegar solo a bordo de un kayak doble, un experimento que ya
había realizado con excelentes resultados en una travesía solitaria
de 10 días Entre Tigre y Villa Paranacito en abril de ese mismo año. Kike, por
su parte, desde hacía meses “deshojaba la margarita”.
Después de mucha insistencia de mi parte Kike eligió un Weir
Marcopolo, un kayak fabricado en Rosario y con buena reputación. Tenía una
enorme capacidad de carga (una eslora de 5,70, siendo el bote “más largo” del mercado)
y según sus amantes, una muy buena velocidad.
Sin embargo, a Enrique el bote no le satisfizo y entonces comencé a
probarlo yo.
Para comienzos de diciembre de 2013 Kike ya tenía un
nuevo kayak, un flamante MG Pacífico, descendiente muy mejorado del
legendario kayak Eskimo Expedition, de origen alemán según entiendo y
uno de los primeros kayaks de travesía con gran suceso en Argentina. Entonces
Kike me pidió apoyo para hacer su prueba una fresca y brillante mañana de
jueves. Nos convocamos allí junto a Gustavo Feldman, el constructor del bote, y
éste a su vez le requirió compañía a Darío Berman, el instructor de la Escuela
de Kayakismo Rumbo 180º, para que nos acompañara.
- Sólo un rato Gustavo, tengo que ir a buscar las nenas a
la escuela – Contestó. Y allí fuimos.
En el agua, Darío me hizo la pregunta del millón:
“Franco, ¿cómo andás con el roll?”.
El roll esquimal es una técnica esencial para la
seguridad en el kayakismo. Consiste en la coordinación de un movimiento del
torso, las piernas y la pala para cuando el bote ha dado vuelta de campana y
uno está -para decirlo vulgarmente- “cabeza abajo". La técnica permite autorrecuperar el bote sin salir de él.
Con total sinceridad le dije que el roll no me salía, a
pesar de que él mismo me lo había enseñado en un curso y había terminado por
dominarlo.
“Vamos, a practicar”, me dijo, allí mismo, en el
río. Yo tenía un fuerte resfrío, no
estaba habituado a mi nuevo bote, y la experiencia fue un total fracaso. Y
abrió nuevos interrogantes en plazos excesivamente cercanos al viaje.
Pero al finalizar la última travesía de entrenamiento a
Río Carabelas en aquel mes de diciembre (que para Enrique y para mí estuvo
plagada de contratiempos, y enhorabuena por ello) nos sorprendió una sudestada
en el cruce del Paraná de las Palmas a la altura del Puerto Escobar y allí me
convencí de que iba a necesitar más tiempo para dominar el Marcopolo ...
un tiempo del que ya no disponía.
Cada bote tiene un comportamiento distinto, e
independientemente de sus aptitudes, cada kayakista se inclina por un
bote de determinadas características y con la prñactica aprende a explotarlo. Algunos optan
por kayaks veloces, o más estables, o con diferentes materiales de construcción, todo según el gusto. Pero el concepto va evolucionando, y hoy, a dos años de la
travesía puedo decir que ya hay importantes tendencias en la construcción y
diseño de kayaks.
Yo tenía que volver al concepto de una embarcación más
marinera y segura, que me permitiera algunas licencias, especialmente la de
sacar fotografías a bordo durante largos períodos. Así que Gustavo Feldman me
derivó a Patricio Redman, un conocido instructor y columnista de la Revista Weekend,
para que me facilitara el MG Artico, un bote de reciente fabricación
inspirado en el Scorpio, de la británica P&H Sea Kayaks.
Rápidamente me convencí de que era lo que buscaba. Tal vez un poco más lento
que otros modelos, pero con una gran capacidad marinera por la particular
característica del casco (una importante curvatura en el fondo del casco, a lo
largo del keel o línea de crujía).
El día anterior del viaje a Misiones -19 de diciembre-
estábamos en el taller de MG Kayaks, en Florida, mirando como Gustavo Feldman
le instalaba el timón al kayak y le hacía los últimos ajustes al bote.
Al final –dije- este bote lo fabricó Feldman, y lo
probaron Berman y Redman.
Dejó de trabajar y me miró. Se hizo un incómodo silencio.
Y dijo pensativo:
“Es cierto...los tres moishes”
Puerto Corazón
Puerto Corazón no es un pueblo. Ni siquiera un caserío
visible. Sin embargo desde hace 50 años tiene un chamamé que le dedicó Roque
Librado González y Tránsito Cocomarola. Será por esa magia que inspiran los
lugares hermosamente desolados, como si eso fuera una materia prima del arte.
La tarde que llegamos a Puerto Corazón fuimos recibidos
por el responsable del destacamento, quien inmediatamente nos invitó a tomar
mate y entretanto nos brindó un extenso panorama de los trucos de los
pescadores, las vedas de pesca, los efectos de las arroceras sobre los desoves
de las especies y los problemas ambientales que se están suscitando en esa zona
del litoral. El origen de la conversación fueron las lanchitas que se ven
garetear en el atardecer del Paraná.
Los kayaks descansan abajo, en la playa, formando una colorida flor.
Es que aquí, en Puerto Corazón, la función de la
Prefectura Naval es fundamentalmente el control de la pesca, y no tanto
combatir el contrabando y el tráfico de drogas.
Caída la noche me encuentro en la cocina, con el deber
ciudadano de cocinar. Afuera mis compañeros dispusieron sus carpas y charlan de
bueyes perdidos. Gira un desvencijado ventilador de techo. Prendo la hornalla
para preparar unos fideos pero irrumpe un oficial del destacamento que me
señala un freezer y me dice, enigmático: “coman de ahí”. Dejo que se vaya. Me
acerco: el freezer está abarrotado de pescado por lo que elijo dos bogas y las
cocino a la pizza. Para la realidad de nuestra expedición esto es un verdadero
lujo asiático.
La noche disipa una extraña formación de nubes que había
aparecido en la tarde y trae a cambio una perfecta media luna y como una
estela, miles de estrellas. Todos comemos con deleite la boga del fuentón y nos
distendemos.
Al amanecer veo a los pinos como mudos vigías de esa
hermosa panorámica del Paraná. He decidido vivaquear (es decir, dormir fuera de
la carpa) y los jejenes me facturan implacablemente del error. De mi noche
quedan los jirones de un sueño entrecortado, maltrecho y confuso.
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