domingo, 17 de julio de 2016

La Paz - Villa Urquiza

Bajando el Paraná hacia Piedras Blancas


22 de enero - La Paz

- Necesito saber su nombre para informarlo. - Me dijo el oficial de Prefectura.
- Vacarezza.
- Vacarezza... ¿Cómo sería...?
- Victor Alfa Charly Alfa Romeo Eco Zulú Zulú Alfa
Se me quedó mirando.
- ¿Sos de Prefectura?
- No, lo sé por mi compañero. Él me enseñó código fonético y algo de código Q.
- Qué raro que un kayakista sepa estas cosas...
Kike se había ido a averiguar por alojamiento y yo me quedé en el puerto cuidando los botes. Él manejaba Código Q desde los 10 años y  diálogos con su padre -que eran inaccesibles para mí- como “5/5” ó “escaneá para arriba” habían sido comunes de ver. 
La Paz es una ciudad de deportistas. Sede de un renombrado Triatlón Internacional, eso funciona como acicate para que hombres y mujeres de todas las edades entrenen casi a toda hora ya sea pensando en su participación o simplemente por vocación.
Caída la noche, portadores de un cansancio demoledor merced el esfuerzo físico de la etapa y del castigo solar, nos sentamos en la plaza de la costanera dispuestos a cenar. Observamos a hermosas deportistas seguir corriendo mientras nosotros recuperamos energía en un populoso carrito del puerto donde tomamos unos largos tragos de cerveza. Al poco rato volvemos al hostal a dormir con aire acondicionado y camas mullidas profundos sueños de plomo.
·         

A media mañana ya desayunábamos en un altísimo balcón donde teníamos el dominio de todo el río. Dignos y señoriales, limpios, atildados, con nuestras blondas cabelleras al viento, bebimos nuestro dulce café con leche y disfrutamos de sabrosas tostadas justo en el momento en que adivinamos en la lejanía del Paraná a otra “tostada”: Milva. Y su singular compañero, Lisandro. 

- Son ellos - musita Enrique tratando de identificar los botes en el reflejo del río. Yo sigo comiendo mi tostada con mermelada. 

Haciendo una reverencia dejamos el salón y con todo el garbo que la ocasión demandaba nos damos cita en el puerto para agitar nuestros pañuelos y honrar a los recién llegados.

Lisandro y Milva ocuparon junto a nosotros la habitación en la Posta del Surubí, sitio en el que nos habíamos alojado, fuera de presupuesto, fuera de programa, fuera de todo, por ocurrencia de Enrique. Aunque -es justo decirlo- éramos merecedores de algo que compensara semejante sacrificio deportivo.

A tal punto fue caluroso aquel día que casi no salimos de la hostería. Apenas si nos trasladamos a pocos metros para pedir unas pizzas y luego volver a la habitación. Yo apostaba a que el viento norte había adquirido aún mayor fuerza allá afuera, y no fue si no muy al atardecer que decidí salir a darme un chapuzón en la pileta hasta bien entrada la noche. Al rato Kike, Milva y yo charlábamos en el agua bebiendo una refrescante cerveza.    


23 de enero
La Paz -  Piedras Blancas (58,7 km.)
Las profundidades a veces deparan misteriosas convulsiones que emergen a la superficie. Esto sucedía especialmente en Misiones. Y también –aunque menos frecuentemente- en el resto del lento y colosal avance del río.
En las costas entrerrianas las temibles boya negras marcan afloramientos rocosos cercanos a la costa. Allí debíamos palear sobre violentas correderas, azuzadas por el intenso viento norte. El mejor ejemplo de esto era la zona de Piedra Mora, donde por la tarde nos apeamos a la costa, refrescándonos en las playas que se encuentran al pie de las barrancas.
La baliza de peligro, unos cien metros río adentro, se sacudía con el viento y la correntada, y bajo el sol bailaba con inexorables aires de drama una espera de tormenta que se escondía magistralmente y que iba a arreciar sin ninguna duda.
Desde la mañana  navegábamos a “costas vista”. Antes de reiniciar nuestra remada, Prefectura La Paz nos convocó a sus oficinas y allí fuimos, con los salvavidas puestos, Enrique y yo, ya que la oficialidad del agua quería asegurarse de que estábamos al tanto  de que el alerta meteorológico estaba vigente y que había riesgos. La fuerte tormenta de la que se hablaba se había alejado de nuestra zona, y ahora estaba estacionada sobre el centro de Entre Ríos.
Amén del alto oleaje por popa y el calor, la navegación no tenía novedades. Solo en la mañana cruzamos aguas abajo al buque motor Doña Anette y luego todo consistió en contemplar la costa entrerriana coronada de altas barrancas arcillosas y secas, y al pie de ellas, entre pequeñas playas y zonas rocosas, pequeños campamentos de pescadores artesanales.



Para el mediodía ya habíamos atracado en las tranquilas playas de Santa Elena, un pueblo muy apacible, surgido al calor de los antiguos mataderos (por ejemplo, el Matadero de Yeguarizos Santa Elena, en 1881). Entre Ríos es pródiga en historia de grandes frigoríficos ingleses, los que siguiendo el melancólico destino de los ferrocarriles, padecieron vaivenes, tendieron a la decadencia y desaparecieron en el olvido. 
Pero solemos ignorar todas estas cosas, estando pendientes de cosas más mundanas como horarios, formas del cielo, vientos, y nuestra propia condición física.
Después de otras dos horas de navegación, divisando alisales, islotes y pequeñas casitas, a las cinco de la tarde la expedición ingresó a un gran brazo del río y fuimos acercándonos poco a poco al populoso balneario de la localidad de Piedras Blancas.  El sol aún era muy intenso. Los botes tocaron la arena e inmediatamente nosotros quedamos retozando en el agua, como peces moribundos.  Al mismo tiempo una  multitud de veraneantes se bañaba dentro el boyado.  Mi cabeza se hundió en el agua templada, casi tibia, mientras la tarde se iba.


Con el anochecer armamos la carpa en cercanías de la orilla y otra vez vimos unos refucilos bastante intimidatorios. Kike preparó nuevamente pollo al disco, y después de cenar, me acobaché en mi carpa esperando la lluvia. 

25 de enero
Piedras Blancas – Villa Urquiza (70 km.)


Los botes, guardados. 
Nunca llegó a desatarse una gran tormenta sobre Piedras Blancas, pero la lluvia, el frío y el fuerte viento del Sur nos motivó a suspender la etapa, y los cuatro kayakistas decidimos volver sobre nuestros pasos y rearmar campamento para pasar un día de descanso, mate, fotos y abrigo hasta el final de la jornada, cuando sobre el horizonte y bajo un montón de nubes de plomo, apareció el sol, prendiéndose fuego líquidamente hasta apagarse en la noche. 



Por la mañana del día 25, bajo el sol y la brisa del Sur, hicimos la etapa con destino final balneario de Villa Urquiza, ubicado en las afueras de la Ciudad de Paraná. 
Navegamos primero hacia Pueblo Brugo, en el kilómetro 666. Este lugar es famoso por su cooperativa de pescadores artesanales y sus empanadas de pescado. No podíamos no hacer un alto.
Río abajo continuamos avistando barrancas y bonitos riachos, costas pedregosas e islas al ras del agua habitadas por vacas flacas. Como la espuma del río (cada vez más abundante) los kayaks se desperdigaron por la corriente y el viento. Navegábamos por el "Chapetón", un conjunto de islas bajas cercanas las costas barrancosas del Paraná, las cuales le hicieron pensar a las mentes brillantes que aquel era un buen lugar para establecer otra represa: la Represa Paraná Medio. 



En el balneario de Urquiza (localidad fundada en 1860 por el presidente Justo José de Urquiza) nos esperaban Laura, la madre de Milva y Aldo, su pareja. 
Aquella noche, por lo tanto, todos dormimos en una cómoda casa, agasajados con un buen plato de pasta, cerveza y las pormenorizadas anécdotas de nuestro anfitrión.

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